El 10 de agosto de 1519, mientras Magallanes permanece en los Alcázares redactando testamento, las 5 naos de la expedición zarpan desde Sevilla para dirigirse río abajo hasta su desembocadura en Sanlúcar de Barrameda, localidad donde completarán su carga y desde la que empezarán realmente su viaje casi un mes después, el 20 de septiembre.
Aquellos días de verano, las naves descienden lentamente el curso del Guadalquivir, acompañados por la cinta verde de vegetación que crece en los márgenes del río. Los expedicionarios pueden ver, allí donde se respeta la tala y el ganado, las riberas cubiertas de arboleda: álamos, tarajes, olmos, fresnos, sauces... Esta vegetación se complementa, más al interior y conforme se avanza hacia el sur, con los pinos que, desde Utrera y hasta la desembocadura en Sanlúcar, sirvieron durante siglos como madera predilecta en la construcción de los mismos barcos que surcaron las aguas de esta autopista fluvial. El 6 de septiembre de 1522, Sanlúcar será el primer puerto del continente europeo al que llegue la única nao superviviente, la Victoria. Será a su vez el primer suelo que besen los 18 hombres que, con aspecto cadavérico, salieron dando tumbos de aquella embarcación que ya nadie por estas tierras recordaba. A la mañana siguiente, un remolcador arrastrará a la nao río arriba, hacia Sevilla: una vez circunnavegado el mundo, ya no tiene fuerzas la Victoria para luchar contra la corriente. Ilustraciones: Artefacto/ Arturo Redondo